domingo, 8 de abril de 2012

Capitalismo Ignorante y Popular

Desde el último día de clases del colegio que no me levantaba tan temprano. Era un día especial. Y no por que Piñera confundía a China con Japón, sino porque iba a la junta de accionistas de Azul Azul. Yo, un aspirante a comunicador, de Maipú y que viaja en la J14, me iba a ver las caras con los grandes magnates de la especulación financiera.

Mi padre, un azul de corazón, estrechó lazos con la concesionaria cuando compró 103 acciones. Sumido en la ignorancia y en el amor y pasión que le tiene a la institución, decidió efectuar la compra. No sabíamos qué significaba esto, de cuáles serían los beneficios o garantías. Fue una medida popular, capitalista e iletrada.

Eran las 6 de la mañana, y la ducha de mi casa falló. El agua salió fría. Resultado: Resfrío múltiple. Me bañé de salto en salto. Traté de vestirme algo más formal: Camisa, jeans, zapatos y un bolso que me hacía ver intelectual.

El lugar de destino era el Hotel Hayat (una burla para la realidad del país). Me bajé en el metro Manquehue-me equivoqué- y corrí 5 cuadras a 10 km por hora. Llegué algo sudado. Cuando ingresé un guardia me miró con desdén. En ese momento pensé que era el único que había llegado caminando.

Hice una observación participante de qué tipo de seres humanos había alrededor mío. Conclusión: Una sala apoderada por el nerviosismo y la tensión. Sin embargo, había gente como yo. ¿Quién soy? ¿Para dónde voy? Me acerqué tímidamente hacia esa gente más humilde y como diría mi madre: “paré la oreja”.

Me senté en las filas de al medio. Federico Valdés comenzó a hablar. De inmediato me pareció extraño su actuar, como que estaba algo apurado (se tenía que ir a Mendoza). Por cada punto preguntaba: “¿Están de acuerdo?”. El palo blanco gritaba "sí", y pasaba al siguiente punto. Me acordé de las asambleas de periodismo o los ampliados estudiantiles: El paso de la máquina y el espiral del silencio es transversal a toda organización.

Era tan evidente la situación, que un joven se puso de pie y encaró a Kiko. Hubo un fuerte entrevero entre ambos. Pasaron unos minutos y se dio paso a la votación del nuevo directorio. Eran 9 cargos y habían 9 postulantes. Obviamente, estos 9 eran los mayores accionistas. El joven que encaró a Kiko levantó la mano y dijo: “Yo también me postulo”. Al instante, se puso de pie un personaje muy peculiar, vestido de huaso, quien también gritó su postulación a viva voz: “Vengo de la Araucanía, viajé más de 700 kilómetros y fui el primero en poner una bandera de la U en la antártica”.

Kiko enrojeció como Paul Scholes y mandó a una pausa comercial para distender los ánimos. A raíz de la injusticia que estaba viendo me acerqué a los accionistas minoritarios para tratar de hacer algo. Nos reunimos en un círculo 5 personas. Los dos postulantes, una señora que vivía en Providencia, 1 señor de Santiago centro, y yo. Después llegó Carlos Ominami a incentivar los ánimos de esta pequeña oposición. Ahí, me percaté que había algo extraño. Ominami y el postulante (quien dijo que se iba a tirar para concejal) tramaron algo muy turbio. Así que decidí darle todos mis votos al candidato ciudadano, “El Araucano”.

En definitiva, todo era un mero trámite. Cada acción es un voto. Yo tenía 103 votos. Heller o Valdés tenían como 7.000.000 millones. Así que no se pudo hacer nada. Sólo quedó para la estadística que el Araucano estaba dentro del directorio antes de la votación de Yuraszeck. Todo quedó en el mismo círculo como siempre, algo que arrastramos incluso desde la conquista española o el arca de Noé. Todo entre cuatro paredes respondiendo sólo a intereses económicos, sin pensar en el hincha y en la familia. Lo único que pudimos hacer nosotros fue molestar a través de preguntas al final, como la mosca que no dejaba dormir a Marcelo de Cachureos.

Esto más que una lucha contra una sociedad anónima. Es una lucha por ser partícipe del futuro de algo que le pertenece a la gente y que ni el dinero ni el apellido ni el lugar donde vives debería ser un obstáculo.

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