miércoles, 25 de abril de 2012

Mi fracaso en Santiago en 100 palabras

Los libros de la Doctora Cordero incrementaron mi pasión por la lectura (?)

Con un cuento mediocre, carente de atributos lingüísticos, poéticos y emocionales participé en el concurso "Santiago en 100 palabras". Como se dieron cuenta: No gané, y con justa razón, pese a que me formé bajo el alero de la Escuela de Frankfurt del Doctor Vera. Los 12 textos escogidos por el jurado se merecen un retwett y un #muchasgracias. De hecho, cuando los recitó Daniel Muñoz con la música de Manuel García, di dos palmadas por cada vez que terminaban. Y eso que soy mal perdedor. 

Fue un espectáculo extraordinario, en un espacio abierto, gratuito y divulgador de cultura como el GAM. Eso sí, por el hecho de estar en Providencia habían muchos pseudos intelectualoides de izquierda que no conocen Maipú.

Pero así y todo, se notaba que habían otros que buscan estos espacios culturales. Espacios que suelen estar en nuestra imaginación (que no creemos que existen) y que anhelamos que se multipliquen en las distintas localidades de Shhile

Hoy en día, el escribir un cuento no es un acto lucrativo porque los que controlan el mercado tienen baja comprensión lectora al igual que yo. El que no sea lucrativo permite que todos puedan tomar un papel (o un blog) para hacer musarañas y poder comunicarlo entre tus amigos. En la actualidad, lamentablemente, todo es visto como un un negocio. Es por eso que rescato mucho esta actividad que tiene que ser repetida también en otras temáticas.

En fin, todo fue muy espectacular. Escuchar cuentos musicalizados reanimó mi espíritu luego de un día muy agotador. Me estimuló ideas que naufragaban en un pegajoso y gelatinoso citoplasma, para que cuando logremos la anarkía tropical que según predijo Rousseau, pueda construir mis proyectos independientes del capital.

Con respecto a mi participación en concursos literarios me quedó con estas reflexiones del maestro Nicanor Parra.

"Los premios son como las Dulcineas del Toboso: mientras más pensamos en ellas, más lejanas, más sordas, más enigmáticas..."

"Los premios son para los espíritus libres y para los amigos del jurado"

domingo, 8 de abril de 2012

Capitalismo Ignorante y Popular

Desde el último día de clases del colegio que no me levantaba tan temprano. Era un día especial. Y no por que Piñera confundía a China con Japón, sino porque iba a la junta de accionistas de Azul Azul. Yo, un aspirante a comunicador, de Maipú y que viaja en la J14, me iba a ver las caras con los grandes magnates de la especulación financiera.

Mi padre, un azul de corazón, estrechó lazos con la concesionaria cuando compró 103 acciones. Sumido en la ignorancia y en el amor y pasión que le tiene a la institución, decidió efectuar la compra. No sabíamos qué significaba esto, de cuáles serían los beneficios o garantías. Fue una medida popular, capitalista e iletrada.

Eran las 6 de la mañana, y la ducha de mi casa falló. El agua salió fría. Resultado: Resfrío múltiple. Me bañé de salto en salto. Traté de vestirme algo más formal: Camisa, jeans, zapatos y un bolso que me hacía ver intelectual.

El lugar de destino era el Hotel Hayat (una burla para la realidad del país). Me bajé en el metro Manquehue-me equivoqué- y corrí 5 cuadras a 10 km por hora. Llegué algo sudado. Cuando ingresé un guardia me miró con desdén. En ese momento pensé que era el único que había llegado caminando.

Hice una observación participante de qué tipo de seres humanos había alrededor mío. Conclusión: Una sala apoderada por el nerviosismo y la tensión. Sin embargo, había gente como yo. ¿Quién soy? ¿Para dónde voy? Me acerqué tímidamente hacia esa gente más humilde y como diría mi madre: “paré la oreja”.

Me senté en las filas de al medio. Federico Valdés comenzó a hablar. De inmediato me pareció extraño su actuar, como que estaba algo apurado (se tenía que ir a Mendoza). Por cada punto preguntaba: “¿Están de acuerdo?”. El palo blanco gritaba "sí", y pasaba al siguiente punto. Me acordé de las asambleas de periodismo o los ampliados estudiantiles: El paso de la máquina y el espiral del silencio es transversal a toda organización.

Era tan evidente la situación, que un joven se puso de pie y encaró a Kiko. Hubo un fuerte entrevero entre ambos. Pasaron unos minutos y se dio paso a la votación del nuevo directorio. Eran 9 cargos y habían 9 postulantes. Obviamente, estos 9 eran los mayores accionistas. El joven que encaró a Kiko levantó la mano y dijo: “Yo también me postulo”. Al instante, se puso de pie un personaje muy peculiar, vestido de huaso, quien también gritó su postulación a viva voz: “Vengo de la Araucanía, viajé más de 700 kilómetros y fui el primero en poner una bandera de la U en la antártica”.

Kiko enrojeció como Paul Scholes y mandó a una pausa comercial para distender los ánimos. A raíz de la injusticia que estaba viendo me acerqué a los accionistas minoritarios para tratar de hacer algo. Nos reunimos en un círculo 5 personas. Los dos postulantes, una señora que vivía en Providencia, 1 señor de Santiago centro, y yo. Después llegó Carlos Ominami a incentivar los ánimos de esta pequeña oposición. Ahí, me percaté que había algo extraño. Ominami y el postulante (quien dijo que se iba a tirar para concejal) tramaron algo muy turbio. Así que decidí darle todos mis votos al candidato ciudadano, “El Araucano”.

En definitiva, todo era un mero trámite. Cada acción es un voto. Yo tenía 103 votos. Heller o Valdés tenían como 7.000.000 millones. Así que no se pudo hacer nada. Sólo quedó para la estadística que el Araucano estaba dentro del directorio antes de la votación de Yuraszeck. Todo quedó en el mismo círculo como siempre, algo que arrastramos incluso desde la conquista española o el arca de Noé. Todo entre cuatro paredes respondiendo sólo a intereses económicos, sin pensar en el hincha y en la familia. Lo único que pudimos hacer nosotros fue molestar a través de preguntas al final, como la mosca que no dejaba dormir a Marcelo de Cachureos.

Esto más que una lucha contra una sociedad anónima. Es una lucha por ser partícipe del futuro de algo que le pertenece a la gente y que ni el dinero ni el apellido ni el lugar donde vives debería ser un obstáculo.