(En la Toma. Tratando de entender a Habermas)
Un ramo de alcachofas le
regalé a mi ex para su cumpleaños. Su cara de disgusto fue evidente, pero peor
fue cuando la obligué a que me las prepara. Y más encima, ni siquiera fui capaz
de exprimir los limones. Ahí estaba el regalo de cumpleaños: Sobre la mesa de
mi suegro. Toda la familia comiendo feliz, menos ella. Luego todos reímos
viendo una película de Robin Williams, mientras sus pequeñas manos lavaban con desgano los
platos. Ahora entiendo las razones del por qué quiso terminar.
Ella era dirigente estudiantil
de la UPLA, salía recurrentemente en los medios, y se la taladreaba el Pancho
de los autónomos. Yo estudié en el colegio donde Pinochet aprendió a leer, así
que imagínense cómo era. Siempre de pelo corto, con el cuerpo absolutamente
depilado y desconocía lo que era el reír.
Antes de periodismo, estudié 1
año Ciencia Política en la UPLA y me salí por exceso de marxismo. Decidí
entonces ingresar a Periodismo en la misma casa de estudios donde la situación
no cambió mucho. En esa época mi referente era Heidegger, pero sólo porque quería
encontrar a una Hanna Arendt y emular su historia de amor. Ahí apareció ella,
en una asamblea, levantando la mano y citando una página de la “Banalidad del
mal”. Por un momento me sentí en el cielo; que ni el delirio ni la espuma profética
podían acallar el lenguaje aórgico que se me desbordaba…
Nos fuimos a Toma. ¿La razón?
El conflicto en la Franja de Gaza. Éramos idealistas. La utopía era el camino
obligatorio. Paramos una universidad completa, la más grande de la V región,
porque queríamos volver a esa concepción de lo político que el viejo Ranciere
descubrió en la Revolución Francesa. Y precisamente esa búsqueda de lo político
lo encontré en un hecho que para mí significó mucho: Una olla común en honor al
guerrillero anticapitalista Osama Bin Laden.
Durante esos días de
movilización me percaté que había una niña que andaba detrás mio. Estudiaba
pedagogía, era madre soltera y tenía un cisne tatuado en la espalda de muy mala
calidad. Nunca he tenido paciencia con los cabros chicos, así que “ni ahí” con
ella como diría el gran filósofo Marcelo “Chino” Ríos. Además la poca plata que
tenía era para las Bálticas. Y con el triunfo de la democracia liberal,
las mujeres siempre exigirán “felicidad
capital” por muy anarquista que ésta sea.
Para bajar la densidad de la
discusión en la Toma decidimos hacer juegos por alianzas. Había una prueba de
baile, y no quise desaprovechar la oportunidad que añoraba de “cabro chico”. Como
todo era manejado por los soviets, impusieron irrestrictamente el regetón como
el baile oficial de la Toma. Yo quería bailar cueca, pero para ellos era algo
muy latifundista y patriarcal. Decidí entonces ir a buscar a la niña del tatuaje
del cisne en la espalda. Nos pusimos a bailar Daddy Yankee y volás. Pese a que la
letra era algo obscena, prefería no acercarme a la muchacha para
mantener cierto recato y compostura, sin embargo ella buscaba con insistencia mi pelvis.
Bailamos durante 30 minutos sin
parar y mis compañeros me hacían barra de manera caótica. Mi cuerpo no daba más, fue
peor que el Test de Cooper. Ella se sacó la polera y quedó en sostenes. A mí me
decían que me sacara la polera, pero me avergonzaba mostrar mi guata al
público. Al final salimos segundos en el concurso. Todos siguieron con la
fiesta, tomando terremotos y comiendo choripanes, y nosotros descansamos
bailando canciones lentas. Finalmente terminamos copulando en la sala del Centro de
Alumnos. Al concluir ella me dijo que me amaba.
¿A qué voy con esto? Que
después esta loca se picó y blasfemó de mí por Facebook. Me trató de “maricón”,
y mis amigos se transformaron en enemigos. Incluso el Decano se enteró de este
escándalo. Ahí fue cuando la dirigente estudiantil, de la cual les hablé en el
primer párrafo, se acercó y comenzamos a entablar diálogos. Ella quería sembrar
el socialismo en las bases y comenzar a construir el tejido social junto a los
explotados y humillados de la sociedad. A la semana, le pedí matrimonio. Nos
casamos en una ceremonia india en la playa las torpederas. Duramos cinco años.
Su carrera política se fue a
pique por mi culpa, y mi carrera como productor de eventos también. Todo salió
mal. ¿Fue un error? Los libros de historia se encargarán de responderlo. Por el
momento, me dedico a mirar las espaldas de las mujeres en lugares públicos, en
búsqueda de ese horrendo cisne malhumorado que tenía una sed inagotable de
diversión.
1 comentario:
jajaja
Ale, ¿Es realismo mágico? Por un momento te imaginé como el Felipe Avello de la TV, algo así como en 10 años más.
Publico este comen tario luego de com pro barle a GoO Gle que no soy un Ro BoT.-
Un abra zo!
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