(Cuando comía carne bolseaba choripanes en carretes de psicología)
Para quedar como “vivo” y “simpático” fui a mi
primer carrete en la Usach con un pack de coronas. Y me salió el tiro por la
culata. Me trataron de fascista, de amigo del capitalismo, de hijo de Friedman
y de rompe huelgas. “Aquí sólo bálticas compare”- me dijeron. Colocando
soviéticamente el punto sobre las iies.
Yo venía de un ambiente “aspiracional”, de
compañeros que buscaban ser zorrones, y que si no quedaban en la PUC se iban a
privadas para ricos porque habían minas rubias, altas y con ojos verdes. A mí
siempre me ha atraído lo contrario; la mujer morena, humilde, reclamona, que le
gusta la cumbia, que está endeudada por estudiar, que viene de colegio público,
que escribe “cabrxs”, que usa todos los días las mismas zapatillas y que vive
en un sector tipo “fuerte apache”.
En el colegio aprendí a editar videos en Mac en
octavo básico. En la Usach actualmente se sigue editando en Movie Maker. Eso es
lo que yo quería. Quería un cambio radical en mi vida. Quería salir de esa
clase social en la cual no me sentía cómodo; competitiva en lo académico y paternalista
en lo social, cercana al arribismo y profundamente exitista. Es esa clase media
aspiracional que le gusta comprar todo, incluso la libertad, y se contenta con
tener plata para ir a lugares de élite y después aparentarlo por Facebook. Y no
entienden que ese sueldo que reciben se lo terminan devolviendo a la misma
persona que se los dio. Bueno, tampoco son todos así. Muchos se salvan, sobre
todo el curso humanista.
Volviendo a lo inicial dejé a un lado el pack
de coronas y acepté una báltica. Abrí mi mochila y le puse un limón de pica. Me
pegaron un paipe y me trataron de “longi”. Yo me reía. Eran mis nuevos amigos. Estábamos
haciendo política. Eran intentos democráticos. Me sentía entre Woodstock y Atenas,
con la permanente imagen de Jacques Ranciere rondando por el patio de la
universidad.
De un monasterio salí a conocer el mundo. Es lamentable, pero este
país nos ha impuesto muros y barreras para constituirnos en guettos. De todas
maneras la “democracia universitaria” es un oasis político en la vida humana
porque afuera son otros los parámetros: El capital transforma los cuerpos en
máquinas esclavas de las necesidades.
Por un momento me creí el Che Guevara y con
suerte me había leído un capítulo de “El Capital”. Me había naturalizado. Era (o
soy) una contradicción tratando de subjetivarse. Mi familia es de ultra izquierda.
Mi segundo apellido es Apablaza. Aguante Galvarino.
Ahora veo a mis amigos de la Usach y se han convertido
en esa clase media aspiracional que tanto odio. Dejaron los suburbios por Providencia,
desean comprar autos para adquirir status, olvidaron Patronato por Zara, cambiaron
la torre Entel por la Eiffel y desean tirarse minas ricas (o al revés) para
saltar a la clase social de “arriba”. Como si el amor y la sexualidad se
pudieran comprar. Se olvidaron de su pasado, del anarquismo, de la sed de
bálticas y de la pobreza. El rey midas convirtió todo en oro, inclusive la
comida y el agua. Está todo mal en este mundo.
Les comento que tengo ganas de amar a una
mujer. A la antigua, como Romeo, enviando cartas de amor a la distancia, porque
este amor es imposible e insostenible. Su familia me odia porque soy hincha del
Wanderers y tengo un tío terrorista. Pero después de todo, al terminar la
película, podré mirarla a los ojos y decirle cuánto la amo. La tomaré del brazo
y partiremos a la patagonia Argentina a hacer una vida desde cero, con nombres
y apellidos nuevos, donde podré cantarle canciones de Cerati todas las noches
antes de dormir, donde podré hacerla reír con mis poemas, y donde podremos
contemplar el ocio buscando ovnis y bailando cueca brava, para así terminar el
día borrachos tomando vino en caja en una plaza bien rancia. Estoy plagado de
aporías, inquieto por descubrir las bondades de la existencia.
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