domingo, 13 de julio de 2014

Un sueño dentro de otro sueño



Lo que les voy a contar es algo que no me ocurre de manera cotidiana. Así que no se preocupen. Como en todos los sueños uno aparece en la mitad de la obra de teatro por la disposición arbitraria del inconsciente. La persona sólo recuerda los instantes finales; a veces angustiante, a veces placentero.

Tengo mucho calor, transpiro más que Hulk, pero tranquilo porque estoy de vacaciones. Estoy muy relajado, sin preocupaciones, ni redes sociales. La escena es la siguiente: Estoy acostado en una hamaca como si no existiera un mañana, tomando limonada en un paisaje natural conmovedor.

Sin embargo todo lentamente comienza a cambiar de forma muy extraña. El sol aumenta la intensidad de sus rayos catódicos. Mi piel inicia un proceso de evaporación. Me inquieto. A las distancia veo a dos mujeres besándose. Una estaba disfrazada de Gatúbela, con un traje muy ajustado, labios pintados de color pasión cuyas manchas dibujaban groseramente una pelota de tenis en el rostro de la otra mujer; la Mujer Maravilla. Me coloco mis anteojos para ver mejor y logro apreciar que es Mariana con Andrea. Me los saco, me los limpio, y me los pongo de nuevo y ahora son la Pepa con la Vale. Me los saco y desaparecen las mujeres.

Pasan 3 horas y continúo en la isla. Me quedo dormido en la hamaca y comienza otro sueño. Un sueño dentro de otro sueño. Aparezco en una discoteque villera con el Cris. Me dice que vayamos hacia unas luces rojas a hablar con unas niñas de mini falda. Me presento como escritor de alegrías cotidianas. Ella queda fascinada conmigo, pero yo no de ella. Sus pechos eran artificiales. A los minutos me entero que es alemana, y mi personalidad cambia completamente, me baja todo el leninismo que llevo adentro y la encaro. Ella me da una cachetada. Yo le digo que son 3 dólares y me los da. Con ese dinero invito al Cris a una sopaipilla en la esquina. Él se enferma, así que volvimos al hostal donde estábamos viviendo. La persona que atiende el hostal es Gabriel Boric. Me sorprende. Le pregunto acerca de la revolución. Me dice que fue exiliado. “¿Dónde estamos?"- le consulto. En Fuerte Apache me responde. Lo interrogo angustiado: “¿Y qué hago yo acá?” “Exiliado también, pos oye, ahuevonado”.

Caray ¿qué hago? ¿Qué haría Nietszche en mi lugar? Miro hacia atrás y el Cris se transforma en Karen. Ella me dice que nos vayamos a acostar porque tenía sueño. Le digo que sí, pero que no confundamos las cosas. Siempre hemos sido amigos y no sería cómodo que hiciéramos ahora el amor. La Karen paga por mi el hostal, y Boric me dice: “Suerte campeón, esto es gracias a la reforma tributaria”. En la pieza le comento todo lo que estoy viviendo a mi compañera. Cree que estoy loco, me dice que ella es real y que no es un sueño. Nos quedamos dormidos como Chavo del 8.

Tengo 70 años y sigo viviendo en Maipú. En una casa humilde, sin rejas, ni ante jardín. Para sorpresa mía, mi esposa es Jhendelyn Núñez. Miro mi antebrazo y tengo tatuado su nombre. Ya comenzó mal el sueño. Miro el otro antebrazo y tengo tatuado el Palo de Pinilla. Jhendelyn me dice que vayamos a dar una vuelta a la plaza. Caminamos muy lento, muy lento, a paso de tortuga, pero algo estaba mejor después de todo. La gente en el barrio estaba extremadamente feliz, muy contenta, como si la paz eterna de Kant hubiera llegado. Tras 5 horas de esfuerzo llegamos a la plaza y nos sentamos a tirarles migas de pan a unas palomas. En la plaza leo un letrero que dice: “Por fin llegamos al socialismo”. En ese momento me da un ataque al corazón, Jhendelyn me da respiración boca a boca para salvar mi vida: No lo logra. Muero. Aparezco en el sueño anterior y estoy tocándole los genitales a mi amiga. Ella toma un cuchillo y me mata. Retrocedo al sueño inicial.

Sigo acostado en la hamaca. Una vida de ensueño. La vida es puro ocio, pura vacación. No desperté nunca más. Y sigo en ese lugar hasta el día de hoy. Lo bueno es que hay Wi Fi.

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