Lo que les
voy a contar es algo que no me ocurre de manera cotidiana. Así que no se
preocupen. Como en todos los sueños uno aparece en la mitad de la obra de
teatro por la disposición arbitraria del inconsciente. La persona sólo
recuerda los instantes finales; a veces
angustiante, a veces placentero.
Tengo mucho
calor, transpiro más que Hulk, pero tranquilo porque estoy de vacaciones. Estoy
muy relajado, sin preocupaciones, ni redes sociales. La escena es la siguiente:
Estoy acostado en una hamaca como si no existiera un mañana, tomando limonada en un paisaje natural conmovedor.
Sin embargo
todo lentamente comienza a cambiar de forma muy extraña. El sol aumenta la
intensidad de sus rayos catódicos. Mi piel inicia un proceso de evaporación. Me
inquieto. A las distancia veo a dos mujeres besándose. Una estaba disfrazada de
Gatúbela, con un traje muy ajustado, labios pintados de color pasión cuyas
manchas dibujaban groseramente una pelota de tenis en el rostro de la otra
mujer; la Mujer Maravilla. Me coloco mis anteojos para ver mejor y logro
apreciar que es Mariana con Andrea. Me los saco, me los limpio, y me los pongo
de nuevo y ahora son la Pepa con la Vale. Me los saco y desaparecen las
mujeres.
Pasan 3
horas y continúo en la isla. Me quedo dormido en la hamaca y comienza otro
sueño. Un sueño dentro de otro sueño. Aparezco en una discoteque villera con el
Cris. Me dice que vayamos hacia unas luces rojas a hablar con unas niñas de
mini falda. Me presento como escritor de alegrías cotidianas. Ella queda fascinada conmigo,
pero yo no de ella. Sus pechos eran artificiales. A los minutos me entero que es
alemana, y mi personalidad cambia completamente, me baja todo el leninismo que
llevo adentro y la encaro. Ella me da una cachetada. Yo le digo que son 3
dólares y me los da. Con ese dinero invito al Cris a una sopaipilla en la
esquina. Él se enferma, así que volvimos al hostal donde estábamos viviendo. La
persona que atiende el hostal es Gabriel Boric. Me sorprende. Le pregunto acerca
de la revolución. Me dice que fue exiliado. “¿Dónde estamos?"- le consulto. En Fuerte
Apache me responde. Lo interrogo angustiado: “¿Y qué hago yo acá?” “Exiliado
también, pos oye, ahuevonado”.
Caray ¿qué
hago? ¿Qué haría Nietszche en mi lugar? Miro hacia atrás y el Cris se
transforma en Karen. Ella me dice que nos vayamos a acostar porque tenía sueño. Le digo que sí, pero que
no confundamos las cosas. Siempre hemos sido amigos y no sería cómodo que
hiciéramos ahora el amor. La Karen paga por mi el hostal, y Boric me dice: “Suerte
campeón, esto es gracias a la reforma tributaria”. En la pieza le comento todo
lo que estoy viviendo a mi compañera. Cree que estoy loco, me dice que ella es
real y que no es un sueño. Nos quedamos dormidos como Chavo del 8.
Tengo 70
años y sigo viviendo en Maipú. En una casa humilde, sin rejas, ni ante jardín.
Para sorpresa mía, mi esposa es Jhendelyn Núñez. Miro mi antebrazo y tengo
tatuado su nombre. Ya comenzó mal el sueño. Miro el otro antebrazo y tengo
tatuado el Palo de Pinilla. Jhendelyn me dice que vayamos a dar una vuelta a la
plaza. Caminamos muy lento, muy lento, a paso de tortuga, pero algo estaba
mejor después de todo. La gente en el barrio estaba extremadamente feliz, muy contenta,
como si la paz eterna de Kant hubiera llegado. Tras 5 horas de esfuerzo llegamos
a la plaza y nos sentamos a tirarles migas de pan a unas palomas. En la plaza
leo un letrero que dice: “Por fin llegamos al socialismo”. En ese momento me da
un ataque al corazón, Jhendelyn me da respiración boca a boca para salvar mi
vida: No lo logra. Muero. Aparezco en el sueño anterior y estoy tocándole los
genitales a mi amiga. Ella toma un cuchillo y me mata. Retrocedo al sueño
inicial.
Sigo
acostado en la hamaca. Una vida de ensueño. La vida es puro ocio, pura
vacación. No desperté nunca más. Y sigo en ese lugar hasta el día de hoy. Lo
bueno es que hay Wi Fi.
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