Escribo esto
porque sé que no tienes internet y la probabilidad de que leas esto es tan
grande como la distancia que nos separa.
Lo
primero que me llamó la atención de ti fue tu sencillez y naturalidad, una mezcla
perfecta entre Penélope y Yoko Ono, con un pelo totalmente desarreglado alcanzando
el límite de lo chascón, pero que sutilmente indica una cierta preocupación por
mantenerlo así. Al menos lo tienes limpio. Tus zapatos están normalmente
desatados y tu mirada es como la del gato de Shrek. Te noto inquieta, como si
el mundo pronto acabase. Siento que buscas desesperadamente respuestas para ver
hacia dónde irás después de este episodio de vida humana.
Apareciste
en un lugar sin obligación y compromiso. Te veo una vez por semana, en el cual
los minutos para hablar contigo son menos que los que añade Patricio Polic
arbitrando a la “U”. Me hablas de Nietszche, del sin sentido y de la felicidad,
justo en un momento en que mis sensaciones caminan en torno del abismo de la
angustia; del para qué estoy y de cómo puedo revertir la maldad prehistórica
del hombre. Me confundes más. Te escucho, te encuentro razón y comparto tu
trágico análisis. Sin embargo, lo que más gusta es que al final siempre
terminas riendo.
Al
parecer uno de tus hobbies es tejer. Te vi haciéndolo la última vez. Nunca
había visto algo similar. Ya. No seguiré escribiendo porque no es mi deber subir
tu ego. Buenas noches.
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