domingo, 15 de junio de 2014

Reflexión

Lo ideal sería que en una sociedad nadie fuera lo suficientemente rico para comprar al otro y que nadie fuera lo suficientemente pobre para venderse al otro. Esta idea lo escuché hace poco y me causó mucho sentido. 

martes, 10 de junio de 2014

Carta a Jorge Valdivia: “¡Vamos Valdivia! como en la escuela”



Cuando niño tuve dos grandes amigos que rememoro con cierta dificultad. En mi memoria aparecen sus siluetas: Uno muy alto, con un notorio sobrepeso y que le gustaba jugar conmigo a las escondidas y al “caballito”, y el otro, un chico rubio con pelo largo que siempre andaba con una pelota de fútbol bajo el brazo. Después de 15 años supe que este niño era el mismo Jorge Valdivia, quien semana a semana nos ha sorprendido con la esencia de este deporte; lo impredecible, la magia y la locura.   
  
Como las millones de madres que existen en nuestro país, la mía, debía partir conmigo a su trabajo. A los 3 años me senté en un pupitre de un 4° Básico de la escuela Ciudad de Caracas en Lo Prado con un lápiz y un cuaderno a escuchar y tomar nota de lo que decía la profesora (mi mamá). Pero me distraía fácilmente por culpa- o gracias- al niño de la pelota. A los 5 minutos de comenzar la clase mi madre ya tenía dos estudiantes menos. El niño de la pelota me tomaba en brazos, y salíamos a correr al patio. En arcos hechos con piedras tirábamos chutes de un lado para el otro (los míos con suerte llegaban a la mitad de la cancha). Mi madre al principio se enojaba y teníamos que volver a la sala, pero como la situación se repetía una y otra vez, día tras día, no le quedó otra que permitir estas huidas. No pudo con nosotros. Al menos, creo, que ella pensó que por lo menos me entretenía.

Yo era feliz. En los recreos era el regalón de todos. En las pichangas, el niño de la pelota me escogía de los primeros. Como jugaban de manera muy brutal, yo sólo atinaba a correr de un lado para otro. Y creo que nunca toqué la pelota. Recuerdo que el niño del cabello rubio hacía todos los goles, y siempre andaba muerto de la risa tirando bromas.

Fue un gran y bonito año para mí, pero todo terminó de improviso. Un día, un desconocido me tiró una piedra en la cabeza y caí inconsciente al suelo dejando un charco de sangre a mi alrededor. Al despertar, estaban todos los niños del curso a mi lado, y mi madre lloraba por la situación. Nunca más volví a entrar a esa escuela. 

Desde ese momento la pelota fue mi inseparable amigo. Pasaron los años, y mi madre le perdió la pista a Valdivia. Una noche, por casualidad, mientras hacíamos zapping en televisión, mi madre escuchó su nombre. Lo vio y era él, el mismo cabro de Lo Prado.

Mi padre hizo que yo fuera hincha del club rival de Valdivia, y cada vez que lo veíamos con la pelota en sus pies, nos daba un miedo tremendo. Ese magistral pase entre línea que tiene nos dejó de “casero” unos cuantos años.

Jorge: Estás a pocas horas de jugar tu segundo mundial y te pedimos que dejen el 100% en la cancha; para que la gente en nuestro país vuelva a sonreír, para que volvamos a mirarnos las caras como sociedad, para que nuestros compañeros de trabajo o de estudio dejen de ser competencia para transformarse en amigos, para reencontrarnos y reencantarnos con la vida, aunque sea de manera breve, artificial y casi en juego. El ritmo de vida moderna es angustiante y desesperante. Prácticamente no hay derechos, porque todo se ha convertido en un vil negocio. Pasamos la vida entera trabajando para pagar deudas (educación-salud) y con mucha suerte vemos a nuestros seres queridos el domingo. Es triste, pero cierto: Nuestras pocas satisfacciones como sociedad son los triunfos deportivos porque lo sentimos también como triunfos nuestros.

Ya tengo la entrada para verte jugar en el Maracaná y esta vez no te pifiaré. Detrás de ti hay más de 16 millones de personas que confía en tus capacidades. Recuerda que eres el mejor: ¡Vamos Valdivia! Diviértete en la cancha, como un niño, como lo hacías en la escuela.

domingo, 1 de junio de 2014

Carta abierta a una niña que teje




Escribo esto porque sé que no tienes internet y la probabilidad de que leas esto es tan grande como la distancia que nos separa.

Lo primero que me llamó la atención de ti fue tu sencillez y naturalidad, una mezcla perfecta entre Penélope y Yoko Ono, con un pelo totalmente desarreglado alcanzando el límite de lo chascón, pero que sutilmente indica una cierta preocupación por mantenerlo así. Al menos lo tienes limpio. Tus zapatos están normalmente desatados y tu mirada es como la del gato de Shrek. Te noto inquieta, como si el mundo pronto acabase. Siento que buscas desesperadamente respuestas para ver hacia dónde irás después de este episodio de vida humana.  

Apareciste en un lugar sin obligación y compromiso. Te veo una vez por semana, en el cual los minutos para hablar contigo son menos que los que añade Patricio Polic arbitrando a la “U”. Me hablas de Nietszche, del sin sentido y de la felicidad, justo en un momento en que mis sensaciones caminan en torno del abismo de la angustia; del para qué estoy y de cómo puedo revertir la maldad prehistórica del hombre. Me confundes más. Te escucho, te encuentro razón y comparto tu trágico análisis. Sin embargo, lo que más gusta es que al final siempre terminas riendo. 

Al parecer uno de tus hobbies es tejer. Te vi haciéndolo la última vez. Nunca había visto algo similar. Ya. No seguiré escribiendo porque no es mi deber subir tu ego. Buenas noches.