He estado en reiteradas ocasiones en fiestas, tertulias y/o malones de la Usach. He pernoctado en diferentes partes de la universidad, cada una con sus defectos y virtudes. He visto peleas, sexo lésbico, gente vomitando, gente drogándose y seres humanos que toman agua y que conversan como yo. Usualmente, hago observaciones participantes para comprender en qué estoy metido, bajo qué contexto y qué circunstancia. No es algo misántropo, ni relacionado con el autismo, es sólo darme el tiempo de detener mi vida y analizar mi entorno. Porque yo también me siento parte de esta masa de clase media aspiracional con sueños que se confrontan con el sistema económico y que se divierte en un espacio público sin leyes, ni estado.
Recuerdo como si fuera ayer la primera persona que me enseñó de esto: Un alemán. Un alemán del cual nunca supe su nombre, que me comunicaba en un inglés primitivo y que desapareció sin dejar huellas. Pero su enseñanza quedó para siempre.
Corría el año 2008, y yo, un joven-niño- muy inexperto en cuanto a relaciones humanas (y hormonales) asistí a la fiesta cachorra que organizaban los amigos de segundo año de ese entonces. Me aburrí un poco de la conversación de la gente, me alejé del regetón y de las mujeres promiscuas. Cuando tomé distancia, vi a lo lejos un hombre de alrededor de 40 años, con una mochila inmensa y una cámara de fotos. Su piel era más blanca que una goma de borrar y su pelo se parecía al de pin pong.
Me acerqué a él y le comencé a hablar de Hitler (un amigo de Chaplin) y de Klinsmann (futbolista), que era lo único que sabía de su país. No me entendía mucho mi español, así que le hablé en inglés. Quedó aún más confundido y la situación no mejoró. Sin embargo, por medio del intercambio gestual, logramos establecer un tipo de vínculo.
Su intención comunicativa quedó guardada en mi córtex prefrontal, en donde recuerdo que me dijo (leer con voz de tarzán): “Yo bajé del micro. Y vi Universidad de Santiago. La universidad de la capital”. Mi cara de asombro era enorme. En este sentido, luego expresó que “yo estaba en sur y ahora espero otro micro y decidí esperar allí (o acá)”.
Al fin de cuentas, me decía que no podía creer cómo en una Universidad se hiciera una fiesta con tanta gente, con tanto ruido y con tanto alcohol, y que le parecía “very bueno”. Decía que era como un pequeño Woodstock, que le gustaba ese ambiente, un ambiente de pasión lationamericana, que su país carece.
Se dedicó a observar, a sacar fotos. Contempló el paisaje y reflexionó en voz muda. Cuando volví del baño, desapareció. Lo busqué, pero ni sus pisadas dejó marcadas. No alcancé a despedirme. ¿Habrá sido un pleyadiano?
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