lunes, 16 de febrero de 2015

El control remoto y un inesperado desenlace


El siguiente relato es recomendable para personas mayores de edad y con criterio formado. Ésta es la historia de las vicisitudes de una amiga para dar a luz a un ser humano.

Hace 156 meses atrás…

Una señora de 83 años de edad, residente de la comuna de Conchalí, encarnó ingenuamente su más lamentable pesadilla: Perderse el final de la teleserie “Amores de Mercado”. ¿Y cómo sucedió esto? Extravió el control remoto de su televisor. La situación fue tan patética y dramática que, al desconocer la funcionalidad de las perillas, debió ver de forma ininterrumpida UCV Televisión por 9 meses. El 14 de febrero fue hospitalizada de urgencia en el Hospital San Juan de Dios.

El mismo día, pero kilómetros más hacia la periferia, en Puente Alto, una joven estudiante de periodismo sufría intensas contracciones. El esfuerzo y el entusiasmo para pasar con honores por el templo del conocimiento se tendrían que suspender por un par de meses, y la página de Wikipedia de la escuela de Frankfurt sería el inicio del Windows 98 para no perder la costumbre. 

Fonasa también la derivó al hospital ubicado en Estación Central.

Debido a un problema logístico, las camas de ambas mujeres quedaron próximas. La joven estudiante de periodismo, que años más tarde ejerció un importante cargo en la alta dirección pública, paró la oreja para cachar el mote de la anciana porque su ojo noticioso le decía que algo extraño ocurría. Y claro, a la anciana la acostaron de una forma inusitada; con las piernas hacia arriba y abiertas.

La vetusta hembra, con insistencia, y con un tono desgarrador, exigía ver el final de “Amores de Mercado”, pero los doStores no la pescaron ni en bajada. Al ver esta expresión clasista, la joven estudiante de periodismo le metió conversa para ayudarla; comentaron de los personajes más divertidos de la novela, el intríngulis de la trama, y las posibilidades de encontrar un Pelluco en la vida real.

Pasaron los segundos, minutos y horas, y un encuentro que pronosticaba sólo ser una grata compañía se convirtió en un vínculo con un fuerte lazo sentimental.

“¿Y por qué está usted acá?”- le preguntó la joven estudiante de periodismo. “No lo sé”- le respondió la señora de Conchalí. Y agregó: “La verdad es porque me duele la vagina”.

Al anochecer, y con las piernas abiertas, la joven estudiante de periodismo gritaba como Claudio Palma por el dolor que le causaba el nacimiento de su primer hijo. En la cama de al lado, la anciana, en la misma posición, también gritaba, pero porque el malestar también le provocaba placer.

El concierto de gritos y gemidos duró un tiempo de un partido de Rugby. Al terminar, cuando todo estaba en paz, cruzaron sus miradas sudorosas para darse la mano cómplicemente.

Después de 9 meses, la joven estudiante de periodismo sostenía con alegría y ternura a su bello hijo entre sus brazos, mientras que la anciana por fin iba a poder cambiar de canal en su televisor. El control remoto volvía a reposar en la palma de su mano.

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