Hace 156 meses atrás…
Una señora de 83 años de edad, residente de la comuna de
Conchalí, encarnó ingenuamente su más lamentable pesadilla: Perderse el final
de la teleserie “Amores de Mercado”. ¿Y cómo sucedió esto? Extravió el control
remoto de su televisor. La situación fue tan patética y dramática que, al desconocer
la funcionalidad de las perillas, debió ver de forma ininterrumpida UCV Televisión por 9 meses. El 14 de febrero fue hospitalizada de urgencia en el
Hospital San Juan de Dios.
El mismo día, pero kilómetros más hacia la periferia, en
Puente Alto, una joven estudiante de periodismo sufría intensas contracciones. El
esfuerzo y el entusiasmo para pasar con honores por el templo del conocimiento
se tendrían que suspender por un par de meses, y la página de Wikipedia de la escuela
de Frankfurt sería el inicio del Windows 98 para no perder la costumbre.
Fonasa también la derivó al hospital ubicado en Estación Central.
Fonasa también la derivó al hospital ubicado en Estación Central.
Debido a un problema logístico, las camas de ambas
mujeres quedaron próximas. La joven estudiante de periodismo, que años más
tarde ejerció un importante cargo en la alta dirección pública, paró la oreja
para cachar el mote de la anciana porque su ojo noticioso le decía que algo extraño ocurría. Y claro, a la anciana la acostaron de una forma inusitada; con las piernas hacia arriba y abiertas.
La vetusta hembra, con insistencia, y con un tono desgarrador, exigía ver el final de “Amores de Mercado”, pero los doStores no
la pescaron ni en bajada. Al ver esta expresión clasista, la joven estudiante
de periodismo le metió conversa para ayudarla; comentaron de los personajes más
divertidos de la novela, el intríngulis de la trama, y las posibilidades de
encontrar un Pelluco en la vida real.
Pasaron los segundos, minutos y horas, y un encuentro que
pronosticaba sólo ser una grata compañía se convirtió en un vínculo con un
fuerte lazo sentimental.
“¿Y por qué está usted acá?”- le preguntó la joven
estudiante de periodismo. “No lo sé”- le respondió la señora de Conchalí. Y agregó:
“La verdad es porque me duele la vagina”.
Al anochecer, y con las piernas abiertas, la joven
estudiante de periodismo gritaba como Claudio Palma por el dolor que le causaba
el nacimiento de su primer hijo. En la cama de al lado, la anciana, en la misma
posición, también gritaba, pero porque el malestar también le provocaba placer.
El concierto de gritos y gemidos duró un tiempo de un
partido de Rugby. Al terminar, cuando todo estaba en paz, cruzaron sus miradas sudorosas
para darse la mano cómplicemente.
Después de 9 meses, la joven estudiante de periodismo sostenía
con alegría y ternura a su bello hijo entre sus brazos, mientras que la anciana
por fin iba a poder cambiar de canal en su televisor. El control remoto volvía
a reposar en la palma de su mano.
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