El miércoles pasado compartí con una señora desconocida y menopaúsica. En Vitacura
me tenía que juntar con un joven emprendedor para hacer un trueque y como se
demoró en llegar, decidí almorzar en una banca. Saqué mi termo, y como buen
estudiante, miré al cielo para agradecer. Mientras mis ojos buscaban un punto en
el vació para conectar ideas, intervino una mujer:“Puta
que hace calor”. Con la boca llena de papas cocidas, moví la cabeza en
forma ascendente.
Se sentó a mi lado y me empezó a hablar de su vida. Que no le gustaba el
trabajo (Call Centert), que le aburría, que le quedaba muy lejos de su casa y
que prácticamente todos los días le faltaban el respeto. Su hobbie insatisfecho
es la fotografía. Estuve como un pañuelo de lágrimas, escuchándola y dándole
consejos. Cómo es posible que el humano
esté sumido a estas formas de vida, esclavizantes, con lógicas darwinianas y sin sentido. ¿Para qué sirve trabajar?
No me quise ir en lo metafísico para no asustar a la señora, pero salió toda
mi indignación de universidad pública. Acto seguido me preguntó si yo era “un artista”.
Le dije que sí, que tenía una banda musical (“Poetas de la Conciencia") y que me
gustaba escribir poemas a mujeres que me gustaban.
A la media hora, ya me quería ir. Tenía mucho calor, el sol me pegaba en el “mero
mate”. Me levanté de forma caballerosa, y me despedí con un beso en la mano.
En esa noche con Gac logramos ver a Paul McCartney con tickets cortados gracias
a unos “azules” que caminaban por ahí. Al terminar el concierto, fuimos al
backstage a buscar al británico. En la aventura, nos encontramos con un señor
de 60 años que manejaba un lenguaje inculto informal, al igual que nosotros,
pero mucho más acentuado. “Estoy esperando al Pol Macarni” “Puta la hueá que se
demora en salir este saco de huea. Son pasá la 1, y vivo en Colina 2, no sé
cómo volver”.
El viernes probé por primera vez una donuts. Homero J Simpsons es el
culpable. Nunca lo había hecho. Una niña experta en este alimento me inició.
Horas más tarde esperando micros maipucinas nocturnas me hice amigo de un
colombiano. Me llamó la atención su vestimenta tan formal, demasiado
exagerada. Hablamos lo típico. “¿Y tú qué haces? ¿Por qué Chile? ¿Qué equipo te
gusta? ¿Hasta cuándo estás? ¿Conoces a Falcao? ¿Qué estudiaste? ¿Dónde vives?
¿Qué conoces de Chile? ¿Te gusta Chile? ¿Son simpáticos los chilenos?
¿Entiendes la rapidez con que te hago estas preguntas?”.
“Estoy de terno (usado) porque voy a un cumpleaños y quiero conocer minas”.
En los Odesur conocí a una niña que se llama Dulce Inocencia. Ella es muy
tierna, cocina muy bien y le gusta el anime. Hace tortas con diseño, y a
domicilio. Una vez fue a la sala de prensa y coloqué un vals. Le dije que
quería bailar con ella. Me sorprendió, y lo hizo. Al intentar tomarle la
cintura, le toqué el trasero sin querer. No se dio cuenta. Para mi fue un momento romántico, para los espectadores, patético.
La hora cambió. Se retrocederá el tiempo en 60 minutos ¿Quién nos devolverá esos segundos
perdidos? El sol aparecerá más temprano. Lo importante es que saldrá. Y no se
cansa de iluminar.