En la calle Augusta de Sao Paulo conocí al Viejo Pascuero, pero en una versión renacentista. Es un hombre que prefiere pasar la tarde leyendo a Prodhon que ver películas de consumo masivo estilo Steven Spilberg. Me acerqué a él por instinto, y con mi mejor Portugués, le estreché la mano pronunciando: "Oi, como vai? Tudu beim? Quiero bailar chuchuca".
Su apariencia estrafalaria, importada del imperio Carolingio mezclada con la vestimenta de Willy de Los Simpsons y con un sútil aire a Bob Marley hicieron de este personaje una atracción turística para los viajeros.
Él estaba sentado en una orilla de la "rua" con un paño con artesanía milenaria, como si el tiempo hubiera llegado a su fin. Al conectar las miradas me conversó alrededor de 5 minutos sin tomarse un sólo respiro. Hablaba en "brasileño" y no le entendí ni pio. Temí interrumpirlo por miedo a una golpiza.
Cuando me empecé a aburrir, le dije: "Soy chileno". Me contestó: "Me hubiera dicho antes po' weón conchetumaire". En mi interior sentí que claramente era chileno, pero no, era carioca.
La vida de este personaje partió en una favela de Rio de Janeiro. Hijo de músicos hippies y "torcedor" del Santos. Al poco tiempo se dio cuenta que prefería crear inspiradamente antes que producir salchichas.
Cuando terminó la escuela se fue a vivir al Amazona, en donde aprendió a confeccionarse su propia vestimenta y a dar un paso importante hacia la autosustentabilidad. Luego volvió a la "civilización" y se fue a una playa en Santos a vivir de su arte. Al juntar el dinero suficiente compró un vuelo sólo de ida a España; país en el cual permaneció durante 5 años.
En el viejo continente vivió con 2 santiaguinos con magíster en robo de carteras. Por eso su español es chilenizado. Aprendió las típicas palabras que se le enseña a los extranjeros, y sólo con esas se comunica en su español. Al conocer mi pausado y sobrexagerado léxico, se extrañó de mi pronunciación, y pensó que era de otra región, así como los brasileños tienen distinto vocabulario dependiendo del estado.
Al cabo de un rato, nos hicimos amigos. Me preguntó si andaba buscando prostitutas. Yo le dije que no. Me recomendó una que está a 30 reales, me dio el teléfono. Me mostró una foto de la chiquilla en cuestión, era igual a la Pops, una bailarina de Mekano. Lo pensé por un momento, pero vi mi presupuesto y me abstuve.
Decidí seguir mi rumbo y despedirme del misterio hecho hombre. Me dijo: "No te vayas, sigamos compartiendo, tengo mercadería que te puede interesar". Le respondí: "Me gusta esa pulsera". Miró al cielo estrellado con ovnis y expresó: "Me refiero a cocaína. Te doy lo que quera'i. Tengo LSD y marihuana también". Y como el chavo del 8, miré el piso y le contesté: "Me llevo la pulsera".
Me dio un gran abrazo acompañada de una tarjeta laboral. Le besé la mejilla impregnada en cebo obrero y partí. A los segundos de darle la espalda, me di vuelta para hacerle un "chao" con la mano y lo vi corriendo con todos sus cachibaches y los pacos atrás.
Esa es la historia de mi pulsera. Hace 2 años que no me la saco.